Dos hechos realmente terribles y estremecedores ocurridos la semana pasada nos han conmocionado a todos, por un lado, la lamentable e imperdonable muerte de una jovencita que comenzaba a vivir, una niña talentosa, activa y sana que merecía continuar con sus sueños con tranquilidad y convertirse en una persona útil feliz. Por el otro, el atentado terrorista en un casino en la ciudad de Monterrey en el que se perdieron 53 vidas.
Ante estos hechos nos entristecemos y enojamos, nos indignarnos y levantamos la voz, exigimos justicia y acciones de parte de las autoridades. Y hacemos bien. No debemos permanecer impasibles. Debemos exigir y gozar nuestro derecho a la vida, la libertad y la integridad personal.
De un tiempo a esta parte, las redes sociales son la voz más rápida y directa de todos nosotros, anónimos ciudadanos que así nos expresamos, cuando hechos de esta naturaleza nos indignan inmediatamente se replican los mensajes de malestar, repudio, reclamo ante las autoridades, miedo, tristeza y dolor, es la natural respuesta de un pueblo dolorido y enojado ante la realidad.
Pero más allá de esto, cuando pasan los días, cuando una mañana sigue a otra y nos sentimos solos, abandonados por quienes debían resguardar la paz y el orden, desprotegidos, a merced de la violencia y la delincuencia que hay… ¿Qué sigue, quejarnos unos con otros, lanzar consignas pidiendo renuncias, y esperar el próximo acto de manera pesimista y temerosa? ¿Por qué no hacemos nada, por qué no, una de estas tragedias, la de Cd. Juárez, la de San Fernando, la de Monterrey, las de Morelia, nos hacen despertar y llevar a cabo acciones que nos transformen en parte de la solución? ¿Por qué nos contentamos con ir a marchas vestidos de blancos, escribir consignas en cartulinas y repetir: “Todos somos Juárez”, “todos somos Monterrey”, “todos somos….”?
Todos somos la solución. Como todos somos responsables. Nuestra indiferencia de décadas, nuestro comodino atenernos a un gobierno que sabíamos corrupto pero que así aceptábamos, tolerábamos y hasta lo fomentábamos han sido cómplices… ¿Qué nos detuvo un agente de tránsito? “Ofrécele el billete” “úntale la mano” “dale una mordida” “ponte la de Puebla” todo con tal de no pagar la multa, para salir fácil del asunto…y después nos enojamos porque nuestra policía es corrupta, no amigas, aquí no hay “que tanto es tantito” este es el precio de esas décadas en las que fuimos partícipes, en los que sabíamos que la Sra. de los chicles vendía mariguana pero como era la vecina nos callábamos, en la que nos dábamos cuenta que el de la esquina traficaba con otras drogas pero nos moríamos de miedo y exclamábamos “mejor no meterse”, los dejamos crecer, los dejamos fortalecerse, armarse, envalentonarse en nuestras narices ¿y ahora qué? A nosotros, esta generación ¿qué nos toca hacer? ¿Qué podemos hacer ante la situación de violencia y terrorismo actual?
Despertar. Despertar todos y cambiar. Porque la mordida que das para que te den el permiso propicia más funcionarios corruptos que a su vez corrompen a otros y así infinitamente. Te repito: aquí ya no cabe el “que tanto es tantito”. Hay que despertar y cambiar. Seguir diciendo no, no acostumbrarnos, de ninguna manera habituarnos y tornarnos insensibles ante los actos de terror que nos quieren imponer los delincuentes. Porque eso pretenden, aterrorizarnos, y ante el terror inmovilizarnos, enclaustrarnos en casa temblando, dispuestos a cederles nuestros espacios, nuestra vida pública, nuestros bienes y voluntades. Y ante eso nuestra única arma y fortaleza es decir no y unirnos. Unirnos con nuestra familia, nuestros vecinos más cercanos y con toda la gente que de alguna manera comparta con nosotros un espacio cerrado, público o privado. Porque en la medida que estemos unidos construiremos un tejido sólido y cada vez más impenetrable a los actos delictivos.
Se trata de prevenir y de cuidarnos. De cuidarnos nosotros mismos y a los demás. De comprometernos con nuestros conciudadanos. De tomar a todos los niños como hijos propios, a todos los jóvenes y jovencitas como nuestros hermanos e hijos, a todos los ancianos como nuestros abuelos, a todos los adultos como nuestros padres y así, solo así, en la consideración de que todos nos importan y a todos les importamos fortalecernos.
Hace muchos años que me tocó ser testigo del sismo del 85 en la ciudad de México. Caminé aquellas calles devastadas, transitando entre edificios que parecían sándwiches gigantescos y de los que pendían trágicamente cortinas, ropa, pedazos de muebles apenas reconocibles. En aquella ocasión los capitalinos, los chilangos, a quienes se les tacha de rateros, “transas” y abusivos en muchas partes del país, gente que de común pasa de largo, con prisa y sin mirar el rostro de los demás, en una indiferencia propia del anonimato de las grandes urbes, dejaron sus preocupaciones por ayudar a los demás; cientos de personas movieron montañas de escombro con las manos, sin herramienta, sin cubre bocas, sin guantes en los primeros momentos, urgidos solamente por las voces que pedían auxilio entre los escombros, convirtiendo los gritos y lamentos de aquellas víctimas desconocidas en el pedido de auxilio del hermano. Socorristas improvisados, héroes anónimos, hermanos solidarios.
Igual que en aquella ocasión siento que estamos ante una desgracia nacional, nos sacude un terremoto de hechos incomprensibles, terribles, dolorosos y es momento de ser todos hermanos solidarios.
Es tiempo de recuperar el civismo, de renovar el amor por México y sus símbolos, de apretar los tejidos y lazos familiares para tener dentro, resguardados, educados con valores, fuertes, conscientes y cívicos a nuestros hijos, hay que predicar con el ejemplo. Vigilar nuestra cuadra para no permitir la acción de estos criminales, las escuelas, todas, cualquiera, aunque allí no vayan nuestros hijos, aunque no tengamos hijos…y repito: que todos los niños sean nuestros, que todos los vecinos sean familia, que todos los ciudadanos sean hermanos. Solo así, solo enderezando el rumbo, cerrando filas, informándonos y uniéndonos, podremos formar una sólida barrera civil contra estos desalmados.
Ya basta, sí, pero ya basta de no hacer nada, de echarnos la bolita, de señalar con el dedo, de esperar que papá gobierno arregle lo que todos descompusimos, porque todos hemos participado. Ahora, a recuperar nuestras calles, nuestras plazas y parques, nuestros centros de reunión, nuestras escuelas, a recuperar nuestro México. A unirnos y juntos lograr lo que solo nosotros podemos: un México nuestro, fuerte, cada vez más seguro y cada vez mejor para cada uno de nosotros y para las futuras generaciones.
Se publicó en Diario de Colima en el suplemento Diario Mujer el día 07 de septiembre de 2011
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