jueves, 22 de septiembre de 2011

¿que tanto es tantito?

Dos hechos realmente terribles y estremecedores ocurridos la semana pasada nos han conmocionado a todos, por un lado, la lamentable e imperdonable muerte de una jovencita que comenzaba a vivir, una niña talentosa, activa y sana que merecía continuar con sus sueños con tranquilidad y convertirse en una persona útil feliz. Por el otro, el atentado terrorista en un casino en la ciudad de Monterrey en el que se perdieron 53 vidas.
Ante estos hechos nos entristecemos y enojamos, nos indignarnos y levantamos la voz, exigimos justicia y acciones de parte de las autoridades. Y hacemos bien. No debemos permanecer impasibles. Debemos exigir y gozar nuestro derecho a la vida, la libertad y la integridad personal.
De un tiempo a esta parte, las redes sociales son la voz más rápida y directa de todos nosotros, anónimos ciudadanos que así nos expresamos, cuando hechos de esta naturaleza nos indignan inmediatamente se replican los mensajes de malestar, repudio, reclamo ante las autoridades, miedo, tristeza y dolor, es la natural respuesta de un pueblo dolorido y enojado ante la realidad.
Pero más allá de esto, cuando pasan los días, cuando una mañana sigue a otra y nos sentimos solos, abandonados por quienes debían resguardar la paz y el orden, desprotegidos, a merced de la violencia y la delincuencia que hay… ¿Qué sigue, quejarnos unos con otros, lanzar consignas pidiendo renuncias, y esperar el próximo acto de manera pesimista y temerosa? ¿Por qué no hacemos nada, por qué no, una de estas tragedias, la de Cd. Juárez, la de San Fernando, la de Monterrey, las de Morelia, nos hacen despertar y llevar a cabo acciones que nos transformen en parte de la solución? ¿Por qué nos contentamos con ir a marchas vestidos de blancos, escribir consignas en cartulinas y repetir: “Todos somos Juárez”, “todos somos Monterrey”, “todos somos….”?
Todos somos la solución. Como todos somos responsables. Nuestra indiferencia de décadas, nuestro comodino atenernos a un gobierno que sabíamos corrupto pero que así aceptábamos, tolerábamos y hasta lo fomentábamos han sido cómplices… ¿Qué nos detuvo un agente de tránsito? “Ofrécele el billete” “úntale la mano” “dale una mordida” “ponte la de Puebla” todo con tal de no pagar la multa, para salir fácil del asunto…y después nos enojamos porque nuestra policía es corrupta, no amigas, aquí no hay “que tanto es tantito” este es el precio de esas décadas en las que fuimos partícipes, en los que sabíamos que la Sra. de los chicles vendía mariguana pero como era la vecina nos callábamos, en la que nos dábamos cuenta que el de la esquina traficaba con otras drogas pero nos moríamos de miedo y exclamábamos “mejor no meterse”, los dejamos crecer, los dejamos fortalecerse, armarse, envalentonarse en nuestras narices ¿y ahora qué? A nosotros, esta generación ¿qué nos toca hacer? ¿Qué podemos hacer ante la situación de violencia y terrorismo actual?
Despertar. Despertar todos y cambiar. Porque la mordida que das para que te den el permiso propicia más funcionarios corruptos que a su vez corrompen a otros y así infinitamente. Te repito: aquí ya no cabe el “que tanto es tantito”. Hay que despertar y cambiar. Seguir diciendo no, no acostumbrarnos, de ninguna manera habituarnos y tornarnos insensibles ante los actos de terror que nos quieren imponer los delincuentes. Porque eso pretenden, aterrorizarnos, y ante el terror inmovilizarnos, enclaustrarnos en casa temblando, dispuestos a cederles  nuestros espacios, nuestra vida pública, nuestros bienes y voluntades. Y ante eso nuestra única arma y fortaleza es decir no y unirnos. Unirnos con nuestra familia, nuestros vecinos más cercanos y con toda la gente que de alguna manera comparta con nosotros un espacio cerrado, público o privado. Porque en la medida que estemos unidos construiremos un tejido sólido y cada vez más impenetrable a los actos delictivos.
Se trata de prevenir y de cuidarnos. De cuidarnos nosotros mismos y a los demás. De comprometernos con nuestros conciudadanos. De tomar a todos los niños como hijos propios, a todos los jóvenes y jovencitas como nuestros hermanos e hijos, a todos los ancianos como nuestros abuelos, a todos los adultos como nuestros padres y así, solo así, en la consideración de que todos nos importan y a todos les importamos fortalecernos.
Hace muchos años que me tocó ser testigo del sismo del 85 en la ciudad de México. Caminé aquellas calles devastadas, transitando entre edificios que parecían sándwiches gigantescos y de los que pendían trágicamente cortinas, ropa, pedazos de muebles apenas reconocibles. En aquella ocasión los capitalinos, los chilangos, a quienes se les tacha de rateros, “transas” y abusivos en muchas partes del país, gente que de común pasa de largo, con prisa y sin mirar el rostro de los demás, en una indiferencia propia del anonimato de las grandes urbes, dejaron sus preocupaciones por ayudar a los demás; cientos de personas movieron montañas de escombro con las manos, sin herramienta, sin cubre bocas, sin guantes en los primeros momentos, urgidos solamente por las voces que pedían auxilio entre los escombros, convirtiendo los gritos y lamentos de aquellas víctimas desconocidas en el pedido de auxilio del hermano. Socorristas improvisados, héroes anónimos, hermanos solidarios.
Igual que en aquella ocasión siento que estamos ante una desgracia nacional, nos sacude un terremoto de hechos incomprensibles, terribles, dolorosos y es momento de ser todos hermanos solidarios.
Es tiempo de recuperar el civismo, de renovar el amor por México y sus símbolos, de apretar los tejidos y lazos familiares para tener dentro, resguardados, educados con valores, fuertes, conscientes y cívicos a nuestros hijos, hay que predicar con el ejemplo. Vigilar nuestra cuadra para no permitir la acción de estos criminales, las escuelas, todas, cualquiera, aunque allí no vayan nuestros hijos, aunque no tengamos hijos…y repito: que todos los niños sean nuestros, que todos los vecinos sean familia, que todos los ciudadanos sean hermanos. Solo así, solo enderezando el rumbo, cerrando filas, informándonos y uniéndonos, podremos formar una sólida barrera civil contra estos desalmados.
Ya basta, sí, pero ya basta de no hacer nada, de echarnos la bolita, de señalar con el dedo, de esperar que papá gobierno arregle lo que todos descompusimos, porque todos hemos participado. Ahora, a recuperar nuestras calles, nuestras plazas y parques, nuestros centros de reunión, nuestras escuelas, a recuperar nuestro México. A unirnos y juntos lograr lo que solo nosotros podemos: un México nuestro, fuerte, cada vez más seguro y cada vez mejor para cada uno de nosotros y para las futuras generaciones.


Se publicó en Diario de Colima en el suplemento Diario Mujer el día 07 de septiembre de 2011

YO SOY PEDRO, EL ABRIDOR.

Fue uno de los primeros en morir, decía llamarse Pedro y ser abridor. Apenas unos días antes, una mañana como otras tantas, su perro pulguiento se rascó recargando cuerpo contra él. Eran más de las diez de la mañana. El incesante transitar de la gente no perturbaba el sueño del viejo que yacía de lado sobre un cartón, envuelto en un mugriento pedazo de cobija. El perro era amarillo, de largo hocico y orejas que colgaban graciosamente. Pedro se estiró y se quitó la mano de la cabeza con los ojos cerrados. Gesticuló y comenzó a hablar en voz alta;  con la otra mano se rascó entre las piernas. El perro movió la cola al escucharlo y se tiró sobre el lomo revolcándose a su lado con gran contento.
Sin parar de hablar se levantó y comenzó a recoger su “cama”. Todas sus pertenencias consistían en un atado confuso de botes, bolsas y cartones.
Había aparecido en el puerto hacía ya varios años, uno de tantos vagabundos  “mal dela cabeza” como decían todos. Andaba por el mercado, por los muelles o las vías del tren. Siempre hablando,  a veces entre dientes y otras vociferando. Mendigaba comida y cigarros a los transeúntes y dormitaba a la hora que le venía en gana en cualquier parque o acera.
 Traía siempre consigo una caja de gises y se ocupaba en pintar sobre el pavimento o las paredes, con gesto concentrado, sin dejar de repetir palabras incomprensibles. Y siempre pintaba lo mismo: puertas. Puertas de diferentes tamaños con manijas o aldabones, con marcos redondeados o remates garigoleados, de unos centímetros algunas, enormes otras. Puertas con cerraduras, con candados o pasadores.
-Yo soy Pedro. El abridor- repetía a quién le prestara oídos, así fuera su perro, un bienintencionado turista o un chiquillo burlón. –Yo tengo el poder de abrir las puertas, todas las puertas de todos los mundos se abren para mí y por mí, porque yo soy Pedro y todos los entes, los seres, los ángeles y arcángeles, los demonios y oscuros, los dolorosos, los fantasmas y los habitantes de otras dimensiones, los muertos y los no nacidos pueden entrar y salir por las puertas que abro…cuidado…debo tener cuidado…hay puertas que no deben abrirse, hay puertas…- y el viejo indigente caía en cavilaciones y murmuraciones difíciles de comprender, sacaba sus gises, se limpiaba las manos en el pantalón desgarrado y dibujaba puertas en las paredes de edificios y casas. Algunas veces en cuanto terminaba las borraba frenéticamente –mala puerta, puerta al mal, mala puerta, puerta al mal- repetía sin cesar. En otras ocasiones asentía satisfecho, levantaba los brazos hacia la puerta recién dibujada y mostraba su sonrisa desdentada –Buena puerta, cosa buena…buena…bien Pedro…buen Pedro abridor-
Ese día, como siempre, se echó a la espalda el atado y con el perro flaco pegado a los talones caminó hasta La Espiga de Oro. Se quedó parado en la puerta mirándose las manos como un niño regañado. Hasta que una empleada lo vio y salió a darle un par de bolillos medio duros. Los cogió sin dar las gracias y se fue a sentar a un portalito cercano, con gran ceremonia partió uno y le dio la mitad al perro. Cuando terminaron, el perro mucho antes que el viejo, este repartió el otro pan. Todo lo hacía con gran ceremonia, moviendo los brazos de manera ampulosa y con un gesto bondadoso y seguro.
Luego dibujó una puerta en la acera, pequeña y con un picaporte redondo y sonriendo dijo al perro -puerta buena- y mirando a la panadería –cosas buenas-
Durmió la siesta en el malecón, bajo una banca para paliar el sol, mientras el perro buscó refugio en la sombra de una barca volteada boca abajo en la arena. Luego echó a caminar por el malecón, hasta la armadora. Iban pasando por allí cuando se les adelantó una camioneta que llevaba un enorme perro negro en la caja; su perro y el de la camioneta comenzaron a  ladrarse mutuamente y de pronto el perro de la camioneta se aventó de la caja y cayó muy cerca de ellos; en seguida su perro comenzó a pelear con el otro y Pedro a gritarles y dar vueltas alrededor. El perro del  viejo, que era más ducho en esas lides pronto hizo correr al otro y lo persiguió hacia adentro de la armadora. Pedro dudó un momento antes de pasar la reja, pero en seguida se metió en busca de su compañero de andanzas.
Caminó entre los barcos, la maquinaria, los fierros oxidados y finalmente llegó hasta una vieja nave en desuso. Los muros eran metálicos y estaban pintados de rojo óxido. Se detuvo por largos minutos, contemplándolo como en un trance; mientras le temblaban las manos, buscó en su bolsillo el gis. Dibujó entonces una puerta profusamente detallada. Ancha y alta, con herrajes complicados en sus cuatro ángulos, un aldabón al centro con la figura de un león rampante. Tenía cuatro cerraduras en el lado derecho, todas distintas y muy elaboradas, dibujó las vetas de la madera, con tal maestría que era difícil creer que lo había realizado tan solo con un trozo de gis. Pedro se movía con rapidez, sus ojos prácticamente no miraban lo que estaba dibujando.
Cuando terminó, el muro de la bodega se había convertido en una obra de arte. Parpadeó, se fijó en el muro frente a él, se llevó las manos a la boca y comenzó a gritar como un loco.
-Nooo, no, ¿Qué hice? Es mala puerta, cosa muy mala, malos caminos, el mal, el portal, yo soy el abridor, debo cerrar, que no llegue la noche…es el mal, el mal-.
Sus gritos se escuchaban por todas partes, producían eco entre los fierros y los barcos montados en armazones y rebotaban por todo el lugar. Se sacó la camisa sin dejar de gritar incoherencias, no vio cuando unos hombres se acercaron a él, tampoco vio llegar a su fiel perro que se puso en guardia al ver a los trabajadores. Pedro levantó la camisa para borrar lo dibujado. El perro se plantó detrás de él mostrándole los dientes a los que se acercaban amenazadores, uno de ellos le lanzó una patada, el perro retrocedió esquivándola, Pedro giró y vio como otros hombres se acercaban para patear a su perro, se adelantó agitando la camisa para interponerse, los hombres se le dejaron ir encima, todo se volvió confuso, el perro gruñendo, soltando mordidas, Pedro agitando la camisa, los hombres sometiéndolo, las patadas que no atinaban al cuerpo del animal, el perro retrocediendo, golpes, gritos, forcejeos, Pedro arrastrado hacia la entrada del astillero, el perro atrás, soltando tarascadas a los tobillos, Pedro vuelto loco, gritando que  no sabían que era un error, que debía borrar la puerta, que se arrepentirían, un empujón, Pedro golpeándose la cara contra un poste, el perro impulsado hacia el arroyo por una última patada.
Cuando despertó, con la sangre seca sobre la boca, encontró junto a él al pobre perro, se acordó de todo, se levantó lo más rápido que pudo y corrió hacia la entrada del astillero, pero la reja estaba cerrada y detrás de ella un guardia de seguridad custodiaba la entrada con la mano sobre el radio.
Pidió. Suplicó. Amenazó. Advirtió de una gran desgracia si no le permitían entrar a borrar la puerta. Trató de trepar por la malla, pero le resultó imposible. Cuando escuchó al guardia llamando a la policía se alejó de prisa seguido por el perro cojo y macilento.
Toda la noche rondó la entrada, trató de encontrar algún punto débil en las bardas, algún agujero, alguna cerca por donde trepar, pero le fue imposible. Por la mañana, cuando abrieron la naviera trató de colarse entre los empleados pero lo detuvieron y sacaron de allí. Desesperado echó a caminar por el malecón. Un carrito de sonido anunciando la nota roja pasó junto a él.
-Encuentran mujer descuartizada en la playa norte. La vaciaron y tiraron su cadáver. Era de la vida galante-
El anciano se puso pálido, sacó una moneda y se la ofreció al vendedor de periódicos. Leyó la nota con avidez. Observó las fotografías con calma. Pegándose el diario a la cara, para poder ver mejor. La mujer en la foto estaba borrosa, pero el diario decía que la había encontrado sin vísceras, como si un animal  le hubiera devorado las entrañas.
-La puerta, es la puerta, tengo que borrarla, no debí, yo soy Pedro, el abridor, tengo el poder, tengo que cerrar, tengo que cerrar, él seguirá…la puerta…esto es malo, él es malo-
Siguió rondando, buscando algún descuido, alguna abertura. Sin comer, cansado y aturdido, todo ése día y la noche siguiente.
Se tapó las orejas con ambas manos cuando por la mañana el diario anunció al segundo muerto en iguales circunstancias que el día anterior. Corrió a la naviera y entró a toda velocidad sin que nadie pudiera detenerlo. Casi llegó a la puerta que él mismo había dibujado. Lo sometieron muchas manos y una que otra patada. El hombre se retorcía frenético a la vista de la puerta. Gritaba a voz en cuello –yo soy Pedro, el abridor, ustedes no entienden, no saben, la puerta está abierta, el peor aun no entra, es sólo uno de sus huestes, pero cuando él venga, cuando todos entren nadie podrá salvarnos. Yo soy Pedro, yo soy Pedro, tengo el don, me fue dado el poder-. Lo metieron en una patrulla, su perro corrió tras ella algunas manzanas, después se detuvo agotado y regresó lentamente a esperarlo en la puerta de la naviera.
Lo soltaron por la tarde, no sin antes advertirle que no se acercara a la armadora. Por supuesto no bien estuvo en la calle regresó a prisa hasta la empresa. Sabía que cuantas veces quisiera cruzar lo detendrían. Llamó a su perro y cruzaron el malecón. Se sentaron a esperar bajo una palmera y se quedaron dormidos. Cada poco tiempo Pedro despertaba sobresaltado y murmurando advertencias y urgencias reales e imaginarias. La noche se cernía sobre la ciudad. Los trabajadores se fueron retirando y las pesadas hojas de la reja se cerraron.
Esperó hasta la madrugada, cuando no vio ni escuchó movimiento alguno se acercó sin hacer ruido. La cadena y el candado estaban puestos. Dentro de la caseta la luz estaba encendida, no se veía ni escuchaba a nadie.  Probó a separar las rejas y calculó que su cuerpo flaco en extremo podría pasar por ésa abertura. Deslizó primero una pierna, después medios torso, el ladrido de su perro le avisó tarde del macanazo que le dio en el hombro. – ¿no entiendes tú? Pedro el loco, vamos, lárgate o llamo a la patrulla, ¿ya te gustó que te paseen los cuicos eh?- La puerta – comenzó a explicar – ¡que puerta ni que la chingada! Órale, sácate…puerta…la del manicomio es la que necesitas abrir, ya no te la fumes tan verde jajaja- un macanazo rebotó a propósito en la reja de malla.
Pedro cruzó la calle, y se fue a sentar en la arena. Dormitando a ratos, murmurando inquieto, removiéndose sin parar. Cuando comenzó a clarear los trabajadores fueron llegando hasta la planta en silencio. La puerta se abrió. Pedro le pidió un tamal a una mujer que vendía en la entrada. Lo partió como era su costumbre para darle la mitad a su modesto chucho. La mujer le sirvió un vaso de atole.
De pronto el sonido rutinario de los trabajadores ingresando a la empresa cambió de tono. Un algo alarmante que corría como pólvora llegó con dos empleados que salían desde los patios para dirigirse al guardia de seguridad. Pedro levantó la cabeza estirando el cuello. La gente comenzó a aglomerarse en la entrada. Un guardia entró a toda prisa con los dos empleados. La reja se cerró. Los trabajadores se apiñaron como clavos pegados a un imán. Luego las sirenas, las luces rojas y azules, una ambulancia a toda prisa. Un rato después, sin que nadie se hubiera movido de su sitio. La ambulancia salió de la naviera con la sirena apagada. Los policías continuaron como laboriosas hormigas que han extraviado el camino.
El vagabundo se acercó a la multitud lo más disimuladamente que pudo. Parado en el borde de la muchedumbre pudo escuchar fragmentos de conversación. Un guardia…muerto…destripado…como los del periódico…horrible. Pedro se agarró con desesperación a la reja y comenzó a sacudirla –Es la puerta, es la puerta, ellos vienen, tengo que cerrar, déjenme pasar, solo yo puedo cerrar lo que abrí, solo yo puedo detenerlo antes de que la cierren detrás de ellos.- la gente lo miraba, hicieron una rueda para alejarse de él. –Yo soy Pedro, yo soy el abridor. Tienen que entender, tienen que creer, déjenme entrar, déjenme entrar, déjenme entrar-  Los guardias estaban tan consternados que no hicieron nada para callarlo o hacerlo retirar. La gente comenzó a alejarse, pero él siguió zarandeando la reja y gritando a todo pulmón.
Casi al anochecer llegaron varias patrullas. Pedro estaba rendido, se había tendido a un lado de la puerta con su perro. Los policías entraron sin fijarse en su presencia. Se levantó y le hizo seña al perro que se quedara quieto. Entró corriendo y se escondió tras la caseta. Espero un poco. Los policías y guardias se dirigieron hacia la nave abandonada.  Corrió en sentido contrario y se escondió entre los fierros oxidados. Espero quieto. Nervioso. Tenso y  ansioso. Por fin se retiraron todos. Sólo en la caseta de vigilancia quedaba una luz encendida. Pedro salió de su escondite y corrió hacia la parte trasera de la empresa, hacia la nave que tenía pintada la puerta. Un guardia salió –Hey tu…Pedro el loco…regresa- pero el viejo corría a todo lo que daban sus delgadas piernas mientras se quitaba la camisa. El guardia hizo por correr tras él, pero el recuerdo del sitio donde había encontrado a su compañero lo detuvo. Levantó la mano para mentársela en silencio y se refugió en la segura luz de la diminuta caseta.
Llegó hasta la nave. Estaba oscuro, pero en la sombra podía verse  más claramente el contorno blanco de la puerta pintada. Levantó las manos, con la camisa en una de ellas se acercó despacio. Temblaba. Un chirrido leve se escuchó entonces. Suave. Apenas perceptible.
Pasó algo más de una hora. El guardia decidió dar aviso a la policía. Un loco. Llevaba días tratando de entrar a la planta. Había entrado. No, no pudo detenerlo. Estaba ahora dentro de la planta. 
Cuatro policías temerosos caminaron hacia la nave abandonada. Su silueta se recortaba contra el cielo desteñido por las luces citadinas. La luz de una linterna alumbró la nave. Una enorme puerta dibujada en ella destacaba. La parte derecha estaba borrosa. Por lo demás parecía real. Otra linterna alumbró al piso…un trapo blanco. Luego descubrió unos pies descalzos. Se acercaron con cautela. Un hombre yacía boca abajo. Un policía lo movió con un pie. El otro se inclinó y le buscó el pulso. -¡late!- exclamó -¡una ambulancia!- el guardia corrió hacia la entrada. Los policías giraron despacio al hombre. Un grito se atoró entre sus paladares y lenguas. Pedro, sin camisa, con un enorme boquete en el estómago. Dentro nada. Al fondo un delgadísimo chisguete de sangre con cada latido. Un estremecimiento. Unos ojos que se tornaban vidriosos como las estrellas que ya no reflejaban.
Un policía encontró el atado de sus pertenencias afuera, los resguardaba el fiel perro. Costó trabajo conseguir que los dejara tomarlas. Bolsas dobladas. Gises. Pedazos de yeso. Una botella con agua. Una carpeta de piel y dentro de ella un pasaporte. La fotografía de un hombre joven. Pelo corto. Saco y corbata. El nombre: Simón Quefá.
-¿A quién se la robaría este infeliz?-
-Es pasaporte extranjero,quizás solamente la encontró, no estaba bien de su cabeza... “Pedro, el abridor”-
-pobre loco- la risa burlona escondida en las palabras.
Un  investigador de traje se acercó en ese momento.
-Licenciado Levy- los dos policías adoptaron una actitud formal.
-¿Que hay señores?-
-Las cosas de la víctima, un pobre loco que era conocido como Pedro, el abridor...- 
-Si, ya me ha contado el guardia sobre los delirios del sujeto-
El agente le pasa el pasaporte al investigador
-Estaba entre sus cosas-
El Licenciado Levy lo abre y lee -Simón Quefá- en su rostro se dibujó una pálida sorpresa, sus ojos recorrieron varias veces el nombre, sus labios lo repitieron en voz baja.
Los policías se miraron entre ellos.
-¿Era de alguien conocido?-
Lentamente el investigador levantó el rostro ceniciento, los miró sin ponerles mucha atención.
-Simón Quefá...Simón Piedra...Pedro...el abridor...puertas...las llaves de...Dios nos ampare-

se publicó en Diario de Colima  semanario Ágora el 11 de septiembre de 2011.

jueves, 11 de agosto de 2011

MUROS OSCUROS

Muros Oscuros

Los muros oscuros de mi casa,
los pares chapiteles custodiando la puerta
sus gárgolas, ventanas y troneras,
el sótano silente,  su lobreguez de seda
su rosada humedad, su amante espera,
muda campana que  anima toda bienvenida.

Los muros nocturnales de mi casa
sus andadores  y su roja  alfombra,
sus cortinajes de ocres terciopelos,
el tejado de atardecer rojizo,
el porche fresco y el jardín florido.

Pendiente de mis clavos,
transito en cueros
de pasillo en pasillo.
Almena tras almena,
me asomo en fiebre
y voy como la tarde,
desempolvando olvidos,
cerrando puertas,
desandando penumbras.

Los muros oscuros de mi casa,
el tejado enjambrado,
sus púdicas columnas,
se estremecen y tiemblan al tin tin
de tu espuela y la hebilla de tu cinto,
y el restallar al viento de tu fusta.

Encendemos faroles y candiles,
y vibran cada roca y cada grieta,
al relincho embravecido del potro
que presiente la entrada y el reposo.

Y tu llave, desesperada,
hurgando  cerradura,
bajo el dintel de mis auroras.


Publicado en Diario de Colima Suplemento Ágora el día 7 de agosto de 2011 

LA GENERACIÓN DEL DESAPEGO



Desde hace algún tiempo, vengo leyendo y escuchando artículos, frases y hasta libros enteros que giran alrededor de un concepto: El Apego.
Una de ellas sería: El apego es un estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o a una persona determinada y está originado por la creencia de que sin eso no se puede ser feliz. Se compone de dos elementos, uno positivo y otro negativo, el elemento positivo es el fogonazo del placer y de la emoción, el estremecimiento que se experimenta cuando se consigue el objeto del deseo. El negativo es la sensación de amenaza y de tensión que lo acompaña. Por su propia naturaleza el apego hace vulnerables a las personas al desorden emocional y desintegra la paz. La semilla del apego sólo puede germinar en la oscuridad de la ignorancia, del engaño y de la ilusión.
Otra más que he visto últimamente: El desapego no es una condición negativa, sino una condición vigilante, positiva, que nos libera de algo que impide en nosotros el contacto con el alma, ese algo es el miedo de la libertad. Tenemos apego cuando tenemos miedo de la libertad. Tenemos apego cuando perdemos el poder interior. Tenemos apego cuando nos volvemos dependientes de una persona, de un evento, de una circunstancia; inclusive de la religión como una muleta exterior, no como un punto de apoyo interior. El apoyo nos hace perder el poder, porque nos hace perder el punto de apoyo interior y este es autonomía.
Según estos dos ejemplos de cientos que se pueden encontrar en la red, en las librerías y en los canales de videos el apego sería una conducta negativa que nos obstaculiza en nuestro camino a la plenitud y la felicidad.
¿Pero es esto realidad? ¿De dónde vienen estas teorías o filosofías de vida?
Las referencias que he encontrado me remiten a dos filosofías orientales: el Tao y el Budismo. Las que nos invitan a encontrar dentro de nosotros mismos la plenitud, afirmando que dado que buscamos la iluminación, somos capaces (debemos serlo) de lograr la felicidad por nosotros mismos, ya que la misma se encuentra en nuestro interior. Sin embargo según buda una forma del apego, además de aferrarse o desear es el aborrecimiento.
Lo que me lleva a pensar que lo que hemos traducido y popularizado como “apego” proveniente de éstas filosofías no debería llevar ese nombre. Es decir que la palabra “apego” de acuerdo a su significado y uso en nuestra cultura no sería la más adecuada para nombrar el concepto que las filosofías orientales contemplan.
“El Budismo nos enseña cómo solucionar nuestros problemas y dificultades así como comprender y prevenir las causas a partir de las cuales se originan, que son el deseo y el apego (egoísmo)”. (Introducción al budismo Ref. 1). En donde también podemos leer: “El origen del dolor es la ignorancia que causa el apego.”
¿Pero, es éste el concepto de apego que conocemos o es un concepto que debería nombrarse con otros vocablos? como por ejemplo. Egoísmo o dependencia.
Vamos a tratar de aclararlo. Según el diccionario: m. Afecto, cariño o estimación hacia una persona o cosa. Cuyos sinónimos serían: cariño, afecto, amistad, estima, interés, afición, inclinación, simpatía, solidaridad, cordialidad, devoción, adoración, querencia, adhesión. Y sus contrarios: desapego, desinterés, antipatía, desafecto, odio.
Encontramos allí la primera contradicción, si según los conceptos que manejamos, lo contrario a apego es odio ¿cómo puede ser el mismo concepto oriental en que apego es una de las formas de aborrecer?
Probablemente las personas expertas en budismo podrán rebatir mis argumentos con facilidad, pero no estoy cuestionando la filosofía budista sino la interpretación y aplicación que se ha dado de un concepto en particular. Sin embargo sigamos adelante con la exploración de éste concepto moderno del apego.
Pues bien, resulta que en psicología el apego es algo bien distinto, básicamente los estudios se habían enfocado al apego como un vínculo formado entre  bebé o niño pequeño y su cuidador, generalmente su madre o padre pero no necesariamente, vínculo vital para el desarrollo armonioso y normal de un ser humano. ¿Hablamos entonces del mismo apego que nos dicen? ¿Es una vinculación compulsiva y una pérdida de poder personal?
Según los psicólogos Ainsworth y Witting “el apego es un vínculo afectivo duradero entre el niño y su cuidador”…” ello tiene un alto valor adaptativo para la supervivencia de la especie”.
Llegados a este punto, podemos preguntarnos ¿por qué el apego es tan importante? Bien, la respuesta expresada de un modo muy general sería el hecho de que la relación primaria de apego madre-hijo sirve de prototipo para las relaciones afectuosas posteriores, son las representaciones mentales de las experiencias de apego construidas en los primeros años de vida los que explican esta continuidad (basado en un estudio de Waters et al., 1995 en Cantón y Cortés, 2008).
Pero entonces… ¿puede un vínculo afectivo tan importante para el desarrollo armónico de una persona, y que afectará su vida futura y sus relaciones emocionales, amorosas y sociales, ser el factor negativo del que hay que aprender a desprenderse a como dé lugar a fin de ser felices de manera autónoma?
Diversos estudios han demostrado, que éste primer vínculo influye positiva o negativamente el comportamiento social y emocional en su vida adulta. Inclusive se ha encontrado alta incidencia de comportamientos violentos y delincuencia en individuos cuyos apegos en su primera infancia hayan sido negativos.  Por el contrario aquellos que han tenido  buenas relaciones de apego en su primera infancia desarrollan relaciones de amistad, amorosas y sociales en generales mucho mejores y más duraderos.
¿Qué pasa entonces cuando desde hace tiempo muchos escritores y conferencistas como Anthony de Melo (en el libro Una llamada de Amor) y el mismo Deepak Chopra (el Sendero del Mago) nos vienen insistiendo, con la noción “oriental” de apego, que debemos desprendernos de nuestros apegos para ser felices?
 ¡Nuestro concepto de apego no es el mismo en ambas culturas!
Hemos caído entonces en no formar vínculos emocionales profundos para evitar el dolor y estar más cerca de ser libres y felices, según nos han venido machacando y vendiendo todos estos discursos.
Me parece que hemos caído todos en una cultura en que al primer síntoma de descomposición de una relación y del dolor que esto conlleva optamos por romper, alejarnos y “no apegarnos” para no sufrir, confundiendo la malsana dependencia con el compromiso profundo y sincero en que debe basarse toda relación amorosa o sentimental. Así hablemos de amistad, compañerismo, patriotismo, compromiso social y relación de pareja. Resultado de ello son la cantidad creciente de parejas que se divorcian en los primeros años, o de madres solteras que lo son porque han decidido que es mejor estar solas con el compromiso de la crianza de sus hijos que tener que sobreponerse al dolor que implica una relación, no hablo por supuesto de ser sacrificada y soportar todo, no, hablo de cosas normales, de ajustes, de diferencias que con voluntad y amor pueden o podrían ser superadas. También vemos un incremento importante en parejas que deciden vivir en unión libre, preparados para que si las cosas no salen bien, sea más fácil la separación. Inclusive se ha comenzado a poner de moda en México los acuerdos prematrimoniales. ¿No es todo esto producto de una cultura que nos grita y nos promueve en todas partes que el apego es un mal?
Cada día más terapeutas se convencen que la falta de apegos en el individuo les lleva a severos trastornos e infelicidad. Cada día más maestros se encuentran con adolescentes y jóvenes que, hijos de la generación del desapego están convencidos de que, deben buscar su propia satisfacción y felicidad sin apegarse a nadie ni a nada.
El apego tiene que ver con el afecto, el cariño, el compromiso y la empatía. Dejémonos de teorías individualizantes, individuos ya somos todos por naturaleza, pero también somos seres sociales y sociables, que precisamos de relaciones emocionales seguras para desarrollarnos en armonía.
Sin apego la sociedad entera pierde a un individuo comprometido y participativo. Un individuo con apego y amor a sus raíces y a su patria, a los valores inculcados en la niñez, a sus conciudadanos.
No se trata de ser dependientes, no, no confundamos las cosas, se trata de establecer relaciones interpersonales sanas, que nos permitan tener la suficiente seguridad emocional como para poder desempeñarnos libremente en todos los demás aspectos de nuestra vida. Tampoco se trata de ir soltando por soltar simplemente por el miedo a sentir o a comprometerse. Se trata de soltar aquello que verdaderamente nos hace daño. Pero eso no es desapego, eso es madurez emocional. Una persona que viva en el desapego, dejando atrás todo, soltando interminablemente no será más feliz que aquella que establece firmes vínculos sin miedo a equivocarse o al dolor, antes bien será alguien que se ha privado de la oportunidad de sentirse seguro al abrigo del verdadero amor e inevitablemente terminará estando solo y sintiendo un enorme vacío.
El apego es la empatía, el afecto, el deseo de compartir, el inhibirse de agredir, la capacidad de amar y ser amado y un sinnúmero de características de una persona asertiva, operativa y feliz, están asociadas a las capacidades medulares de apego formadas en la infancia y niñez temprana.
¡Apeguémonos entonces!  Apeguémonos a los valores, a la patria, a la familia, a nuestros seres queridos e hijos, a nuestra ciudad y hagámoslo sin miedo, que lo que realmente necesitamos es comprometernos, seguramente descubriremos que, aunque a veces exista dolor, las más de las veces encontraremos una gran satisfacción y la dicha de dar y recibir sintiéndonos plenos y generoso. Y eso créanme… es la mayor felicidad.

Publicado en Diario De Colima suplemento Diario Mujer los días 21' 27 de julio y 3 de agosto 2011