Desde hace algún tiempo, vengo leyendo y escuchando artículos, frases y hasta libros enteros que giran alrededor de un concepto: El Apego.
Una de ellas sería: El apego es un estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o a una persona determinada y está originado por la creencia de que sin eso no se puede ser feliz. Se compone de dos elementos, uno positivo y otro negativo, el elemento positivo es el fogonazo del placer y de la emoción, el estremecimiento que se experimenta cuando se consigue el objeto del deseo. El negativo es la sensación de amenaza y de tensión que lo acompaña. Por su propia naturaleza el apego hace vulnerables a las personas al desorden emocional y desintegra la paz. La semilla del apego sólo puede germinar en la oscuridad de la ignorancia, del engaño y de la ilusión.
Otra más que he visto últimamente: El desapego no es una condición negativa, sino una condición vigilante, positiva, que nos libera de algo que impide en nosotros el contacto con el alma, ese algo es el miedo de la libertad. Tenemos apego cuando tenemos miedo de la libertad. Tenemos apego cuando perdemos el poder interior. Tenemos apego cuando nos volvemos dependientes de una persona, de un evento, de una circunstancia; inclusive de la religión como una muleta exterior, no como un punto de apoyo interior. El apoyo nos hace perder el poder, porque nos hace perder el punto de apoyo interior y este es autonomía.
Según estos dos ejemplos de cientos que se pueden encontrar en la red, en las librerías y en los canales de videos el apego sería una conducta negativa que nos obstaculiza en nuestro camino a la plenitud y la felicidad.
¿Pero es esto realidad? ¿De dónde vienen estas teorías o filosofías de vida?
Las referencias que he encontrado me remiten a dos filosofías orientales: el Tao y el Budismo. Las que nos invitan a encontrar dentro de nosotros mismos la plenitud, afirmando que dado que buscamos la iluminación, somos capaces (debemos serlo) de lograr la felicidad por nosotros mismos, ya que la misma se encuentra en nuestro interior. Sin embargo según buda una forma del apego, además de aferrarse o desear es el aborrecimiento.
Lo que me lleva a pensar que lo que hemos traducido y popularizado como “apego” proveniente de éstas filosofías no debería llevar ese nombre. Es decir que la palabra “apego” de acuerdo a su significado y uso en nuestra cultura no sería la más adecuada para nombrar el concepto que las filosofías orientales contemplan.
“El Budismo nos enseña cómo solucionar nuestros problemas y dificultades así como comprender y prevenir las causas a partir de las cuales se originan, que son el deseo y el apego (egoísmo)”. (Introducción al budismo Ref. 1). En donde también podemos leer: “El origen del dolor es la ignorancia que causa el apego.”
¿Pero, es éste el concepto de apego que conocemos o es un concepto que debería nombrarse con otros vocablos? como por ejemplo. Egoísmo o dependencia.
Vamos a tratar de aclararlo. Según el diccionario: m. Afecto, cariño o estimación hacia una persona o cosa. Cuyos sinónimos serían: cariño, afecto, amistad, estima, interés, afición, inclinación, simpatía, solidaridad, cordialidad, devoción, adoración, querencia, adhesión. Y sus contrarios: desapego, desinterés, antipatía, desafecto, odio.
Encontramos allí la primera contradicción, si según los conceptos que manejamos, lo contrario a apego es odio ¿cómo puede ser el mismo concepto oriental en que apego es una de las formas de aborrecer?
Probablemente las personas expertas en budismo podrán rebatir mis argumentos con facilidad, pero no estoy cuestionando la filosofía budista sino la interpretación y aplicación que se ha dado de un concepto en particular. Sin embargo sigamos adelante con la exploración de éste concepto moderno del apego.
Pues bien, resulta que en psicología el apego es algo bien distinto, básicamente los estudios se habían enfocado al apego como un vínculo formado entre bebé o niño pequeño y su cuidador, generalmente su madre o padre pero no necesariamente, vínculo vital para el desarrollo armonioso y normal de un ser humano. ¿Hablamos entonces del mismo apego que nos dicen? ¿Es una vinculación compulsiva y una pérdida de poder personal?
Según los psicólogos Ainsworth y Witting “el apego es un vínculo afectivo duradero entre el niño y su cuidador”…” ello tiene un alto valor adaptativo para la supervivencia de la especie”.
Llegados a este punto, podemos preguntarnos ¿por qué el apego es tan importante? Bien, la respuesta expresada de un modo muy general sería el hecho de que la relación primaria de apego madre-hijo sirve de prototipo para las relaciones afectuosas posteriores, son las representaciones mentales de las experiencias de apego construidas en los primeros años de vida los que explican esta continuidad (basado en un estudio de Waters et al., 1995 en Cantón y Cortés, 2008).
Pero entonces… ¿puede un vínculo afectivo tan importante para el desarrollo armónico de una persona, y que afectará su vida futura y sus relaciones emocionales, amorosas y sociales, ser el factor negativo del que hay que aprender a desprenderse a como dé lugar a fin de ser felices de manera autónoma?
Diversos estudios han demostrado, que éste primer vínculo influye positiva o negativamente el comportamiento social y emocional en su vida adulta. Inclusive se ha encontrado alta incidencia de comportamientos violentos y delincuencia en individuos cuyos apegos en su primera infancia hayan sido negativos. Por el contrario aquellos que han tenido buenas relaciones de apego en su primera infancia desarrollan relaciones de amistad, amorosas y sociales en generales mucho mejores y más duraderos.
¿Qué pasa entonces cuando desde hace tiempo muchos escritores y conferencistas como Anthony de Melo (en el libro Una llamada de Amor) y el mismo Deepak Chopra (el Sendero del Mago) nos vienen insistiendo, con la noción “oriental” de apego, que debemos desprendernos de nuestros apegos para ser felices?
¡Nuestro concepto de apego no es el mismo en ambas culturas!
Hemos caído entonces en no formar vínculos emocionales profundos para evitar el dolor y estar más cerca de ser libres y felices, según nos han venido machacando y vendiendo todos estos discursos.
Me parece que hemos caído todos en una cultura en que al primer síntoma de descomposición de una relación y del dolor que esto conlleva optamos por romper, alejarnos y “no apegarnos” para no sufrir, confundiendo la malsana dependencia con el compromiso profundo y sincero en que debe basarse toda relación amorosa o sentimental. Así hablemos de amistad, compañerismo, patriotismo, compromiso social y relación de pareja. Resultado de ello son la cantidad creciente de parejas que se divorcian en los primeros años, o de madres solteras que lo son porque han decidido que es mejor estar solas con el compromiso de la crianza de sus hijos que tener que sobreponerse al dolor que implica una relación, no hablo por supuesto de ser sacrificada y soportar todo, no, hablo de cosas normales, de ajustes, de diferencias que con voluntad y amor pueden o podrían ser superadas. También vemos un incremento importante en parejas que deciden vivir en unión libre, preparados para que si las cosas no salen bien, sea más fácil la separación. Inclusive se ha comenzado a poner de moda en México los acuerdos prematrimoniales. ¿No es todo esto producto de una cultura que nos grita y nos promueve en todas partes que el apego es un mal?
Cada día más terapeutas se convencen que la falta de apegos en el individuo les lleva a severos trastornos e infelicidad. Cada día más maestros se encuentran con adolescentes y jóvenes que, hijos de la generación del desapego están convencidos de que, deben buscar su propia satisfacción y felicidad sin apegarse a nadie ni a nada.
El apego tiene que ver con el afecto, el cariño, el compromiso y la empatía. Dejémonos de teorías individualizantes, individuos ya somos todos por naturaleza, pero también somos seres sociales y sociables, que precisamos de relaciones emocionales seguras para desarrollarnos en armonía.
Sin apego la sociedad entera pierde a un individuo comprometido y participativo. Un individuo con apego y amor a sus raíces y a su patria, a los valores inculcados en la niñez, a sus conciudadanos.
No se trata de ser dependientes, no, no confundamos las cosas, se trata de establecer relaciones interpersonales sanas, que nos permitan tener la suficiente seguridad emocional como para poder desempeñarnos libremente en todos los demás aspectos de nuestra vida. Tampoco se trata de ir soltando por soltar simplemente por el miedo a sentir o a comprometerse. Se trata de soltar aquello que verdaderamente nos hace daño. Pero eso no es desapego, eso es madurez emocional. Una persona que viva en el desapego, dejando atrás todo, soltando interminablemente no será más feliz que aquella que establece firmes vínculos sin miedo a equivocarse o al dolor, antes bien será alguien que se ha privado de la oportunidad de sentirse seguro al abrigo del verdadero amor e inevitablemente terminará estando solo y sintiendo un enorme vacío.
El apego es la empatía, el afecto, el deseo de compartir, el inhibirse de agredir, la capacidad de amar y ser amado y un sinnúmero de características de una persona asertiva, operativa y feliz, están asociadas a las capacidades medulares de apego formadas en la infancia y niñez temprana.
¡Apeguémonos entonces! Apeguémonos a los valores, a la patria, a la familia, a nuestros seres queridos e hijos, a nuestra ciudad y hagámoslo sin miedo, que lo que realmente necesitamos es comprometernos, seguramente descubriremos que, aunque a veces exista dolor, las más de las veces encontraremos una gran satisfacción y la dicha de dar y recibir sintiéndonos plenos y generoso. Y eso créanme… es la mayor felicidad.
Publicado en Diario De Colima suplemento Diario Mujer los días 21' 27 de julio y 3 de agosto 2011
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