jueves, 11 de agosto de 2011

MUROS OSCUROS

Muros Oscuros

Los muros oscuros de mi casa,
los pares chapiteles custodiando la puerta
sus gárgolas, ventanas y troneras,
el sótano silente,  su lobreguez de seda
su rosada humedad, su amante espera,
muda campana que  anima toda bienvenida.

Los muros nocturnales de mi casa
sus andadores  y su roja  alfombra,
sus cortinajes de ocres terciopelos,
el tejado de atardecer rojizo,
el porche fresco y el jardín florido.

Pendiente de mis clavos,
transito en cueros
de pasillo en pasillo.
Almena tras almena,
me asomo en fiebre
y voy como la tarde,
desempolvando olvidos,
cerrando puertas,
desandando penumbras.

Los muros oscuros de mi casa,
el tejado enjambrado,
sus púdicas columnas,
se estremecen y tiemblan al tin tin
de tu espuela y la hebilla de tu cinto,
y el restallar al viento de tu fusta.

Encendemos faroles y candiles,
y vibran cada roca y cada grieta,
al relincho embravecido del potro
que presiente la entrada y el reposo.

Y tu llave, desesperada,
hurgando  cerradura,
bajo el dintel de mis auroras.


Publicado en Diario de Colima Suplemento Ágora el día 7 de agosto de 2011 

LA GENERACIÓN DEL DESAPEGO



Desde hace algún tiempo, vengo leyendo y escuchando artículos, frases y hasta libros enteros que giran alrededor de un concepto: El Apego.
Una de ellas sería: El apego es un estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o a una persona determinada y está originado por la creencia de que sin eso no se puede ser feliz. Se compone de dos elementos, uno positivo y otro negativo, el elemento positivo es el fogonazo del placer y de la emoción, el estremecimiento que se experimenta cuando se consigue el objeto del deseo. El negativo es la sensación de amenaza y de tensión que lo acompaña. Por su propia naturaleza el apego hace vulnerables a las personas al desorden emocional y desintegra la paz. La semilla del apego sólo puede germinar en la oscuridad de la ignorancia, del engaño y de la ilusión.
Otra más que he visto últimamente: El desapego no es una condición negativa, sino una condición vigilante, positiva, que nos libera de algo que impide en nosotros el contacto con el alma, ese algo es el miedo de la libertad. Tenemos apego cuando tenemos miedo de la libertad. Tenemos apego cuando perdemos el poder interior. Tenemos apego cuando nos volvemos dependientes de una persona, de un evento, de una circunstancia; inclusive de la religión como una muleta exterior, no como un punto de apoyo interior. El apoyo nos hace perder el poder, porque nos hace perder el punto de apoyo interior y este es autonomía.
Según estos dos ejemplos de cientos que se pueden encontrar en la red, en las librerías y en los canales de videos el apego sería una conducta negativa que nos obstaculiza en nuestro camino a la plenitud y la felicidad.
¿Pero es esto realidad? ¿De dónde vienen estas teorías o filosofías de vida?
Las referencias que he encontrado me remiten a dos filosofías orientales: el Tao y el Budismo. Las que nos invitan a encontrar dentro de nosotros mismos la plenitud, afirmando que dado que buscamos la iluminación, somos capaces (debemos serlo) de lograr la felicidad por nosotros mismos, ya que la misma se encuentra en nuestro interior. Sin embargo según buda una forma del apego, además de aferrarse o desear es el aborrecimiento.
Lo que me lleva a pensar que lo que hemos traducido y popularizado como “apego” proveniente de éstas filosofías no debería llevar ese nombre. Es decir que la palabra “apego” de acuerdo a su significado y uso en nuestra cultura no sería la más adecuada para nombrar el concepto que las filosofías orientales contemplan.
“El Budismo nos enseña cómo solucionar nuestros problemas y dificultades así como comprender y prevenir las causas a partir de las cuales se originan, que son el deseo y el apego (egoísmo)”. (Introducción al budismo Ref. 1). En donde también podemos leer: “El origen del dolor es la ignorancia que causa el apego.”
¿Pero, es éste el concepto de apego que conocemos o es un concepto que debería nombrarse con otros vocablos? como por ejemplo. Egoísmo o dependencia.
Vamos a tratar de aclararlo. Según el diccionario: m. Afecto, cariño o estimación hacia una persona o cosa. Cuyos sinónimos serían: cariño, afecto, amistad, estima, interés, afición, inclinación, simpatía, solidaridad, cordialidad, devoción, adoración, querencia, adhesión. Y sus contrarios: desapego, desinterés, antipatía, desafecto, odio.
Encontramos allí la primera contradicción, si según los conceptos que manejamos, lo contrario a apego es odio ¿cómo puede ser el mismo concepto oriental en que apego es una de las formas de aborrecer?
Probablemente las personas expertas en budismo podrán rebatir mis argumentos con facilidad, pero no estoy cuestionando la filosofía budista sino la interpretación y aplicación que se ha dado de un concepto en particular. Sin embargo sigamos adelante con la exploración de éste concepto moderno del apego.
Pues bien, resulta que en psicología el apego es algo bien distinto, básicamente los estudios se habían enfocado al apego como un vínculo formado entre  bebé o niño pequeño y su cuidador, generalmente su madre o padre pero no necesariamente, vínculo vital para el desarrollo armonioso y normal de un ser humano. ¿Hablamos entonces del mismo apego que nos dicen? ¿Es una vinculación compulsiva y una pérdida de poder personal?
Según los psicólogos Ainsworth y Witting “el apego es un vínculo afectivo duradero entre el niño y su cuidador”…” ello tiene un alto valor adaptativo para la supervivencia de la especie”.
Llegados a este punto, podemos preguntarnos ¿por qué el apego es tan importante? Bien, la respuesta expresada de un modo muy general sería el hecho de que la relación primaria de apego madre-hijo sirve de prototipo para las relaciones afectuosas posteriores, son las representaciones mentales de las experiencias de apego construidas en los primeros años de vida los que explican esta continuidad (basado en un estudio de Waters et al., 1995 en Cantón y Cortés, 2008).
Pero entonces… ¿puede un vínculo afectivo tan importante para el desarrollo armónico de una persona, y que afectará su vida futura y sus relaciones emocionales, amorosas y sociales, ser el factor negativo del que hay que aprender a desprenderse a como dé lugar a fin de ser felices de manera autónoma?
Diversos estudios han demostrado, que éste primer vínculo influye positiva o negativamente el comportamiento social y emocional en su vida adulta. Inclusive se ha encontrado alta incidencia de comportamientos violentos y delincuencia en individuos cuyos apegos en su primera infancia hayan sido negativos.  Por el contrario aquellos que han tenido  buenas relaciones de apego en su primera infancia desarrollan relaciones de amistad, amorosas y sociales en generales mucho mejores y más duraderos.
¿Qué pasa entonces cuando desde hace tiempo muchos escritores y conferencistas como Anthony de Melo (en el libro Una llamada de Amor) y el mismo Deepak Chopra (el Sendero del Mago) nos vienen insistiendo, con la noción “oriental” de apego, que debemos desprendernos de nuestros apegos para ser felices?
 ¡Nuestro concepto de apego no es el mismo en ambas culturas!
Hemos caído entonces en no formar vínculos emocionales profundos para evitar el dolor y estar más cerca de ser libres y felices, según nos han venido machacando y vendiendo todos estos discursos.
Me parece que hemos caído todos en una cultura en que al primer síntoma de descomposición de una relación y del dolor que esto conlleva optamos por romper, alejarnos y “no apegarnos” para no sufrir, confundiendo la malsana dependencia con el compromiso profundo y sincero en que debe basarse toda relación amorosa o sentimental. Así hablemos de amistad, compañerismo, patriotismo, compromiso social y relación de pareja. Resultado de ello son la cantidad creciente de parejas que se divorcian en los primeros años, o de madres solteras que lo son porque han decidido que es mejor estar solas con el compromiso de la crianza de sus hijos que tener que sobreponerse al dolor que implica una relación, no hablo por supuesto de ser sacrificada y soportar todo, no, hablo de cosas normales, de ajustes, de diferencias que con voluntad y amor pueden o podrían ser superadas. También vemos un incremento importante en parejas que deciden vivir en unión libre, preparados para que si las cosas no salen bien, sea más fácil la separación. Inclusive se ha comenzado a poner de moda en México los acuerdos prematrimoniales. ¿No es todo esto producto de una cultura que nos grita y nos promueve en todas partes que el apego es un mal?
Cada día más terapeutas se convencen que la falta de apegos en el individuo les lleva a severos trastornos e infelicidad. Cada día más maestros se encuentran con adolescentes y jóvenes que, hijos de la generación del desapego están convencidos de que, deben buscar su propia satisfacción y felicidad sin apegarse a nadie ni a nada.
El apego tiene que ver con el afecto, el cariño, el compromiso y la empatía. Dejémonos de teorías individualizantes, individuos ya somos todos por naturaleza, pero también somos seres sociales y sociables, que precisamos de relaciones emocionales seguras para desarrollarnos en armonía.
Sin apego la sociedad entera pierde a un individuo comprometido y participativo. Un individuo con apego y amor a sus raíces y a su patria, a los valores inculcados en la niñez, a sus conciudadanos.
No se trata de ser dependientes, no, no confundamos las cosas, se trata de establecer relaciones interpersonales sanas, que nos permitan tener la suficiente seguridad emocional como para poder desempeñarnos libremente en todos los demás aspectos de nuestra vida. Tampoco se trata de ir soltando por soltar simplemente por el miedo a sentir o a comprometerse. Se trata de soltar aquello que verdaderamente nos hace daño. Pero eso no es desapego, eso es madurez emocional. Una persona que viva en el desapego, dejando atrás todo, soltando interminablemente no será más feliz que aquella que establece firmes vínculos sin miedo a equivocarse o al dolor, antes bien será alguien que se ha privado de la oportunidad de sentirse seguro al abrigo del verdadero amor e inevitablemente terminará estando solo y sintiendo un enorme vacío.
El apego es la empatía, el afecto, el deseo de compartir, el inhibirse de agredir, la capacidad de amar y ser amado y un sinnúmero de características de una persona asertiva, operativa y feliz, están asociadas a las capacidades medulares de apego formadas en la infancia y niñez temprana.
¡Apeguémonos entonces!  Apeguémonos a los valores, a la patria, a la familia, a nuestros seres queridos e hijos, a nuestra ciudad y hagámoslo sin miedo, que lo que realmente necesitamos es comprometernos, seguramente descubriremos que, aunque a veces exista dolor, las más de las veces encontraremos una gran satisfacción y la dicha de dar y recibir sintiéndonos plenos y generoso. Y eso créanme… es la mayor felicidad.

Publicado en Diario De Colima suplemento Diario Mujer los días 21' 27 de julio y 3 de agosto 2011

PARA SABERME TUYA

Para saberme tuya,
para  ararme de punta a cabo,
no necesitas más que andarme,
que te florezco con besos y palabras,
que te florezco entera si me labras.

Para saberme tuya
solo préstame la palma de tu mano
para ponerte el alma, las ganas, los suspiros,
para poner mi primer aliento
y el último de mis latidos.

 Para saberme tuya
¿no sabes ya, corazón mío?
A donde nos conducen los desvaríos,
que no hay casualidad en el encuentro de dos ríos,
que el mar se crece de arroyuelos
y es la fuerza que impulsa todo sino.

Para saberme tuya
tan solo baja la mirada,
y refugiada en tu aroma
mírame dormida.

Publicado en Diario de Colima Suplemento Ágora el día 17 de julio de 2011

SOMBRAS



Cuando te paras a mi lado
nuestras sombras se enredan
se intercambian, se besan
se confunden y funden.
Luego te vas por tu camino,
y yo voy por el mío,
con la sombra preñada de tí.

Publicado en Diario de Colima suplemento Diario Mujer el 13 de julio de 2011

EL DIA DE LA TROMBA


San Pedro Atocpan es un uno de los 12 pueblos originales de Milpa Alta, delegación al sur del distrito federal y que tiene sus orígenes en pequeños grupos de pobladores chichimecas  que se asentaron en esos altos y abruptos parajes y fueron asimilándose a la cultura náhuatl. Actualmente una moderna carretera cruza la delegación y comunica a éstos pueblos, que conservan muchas de sus tradiciones prehispánicas y su habla náhuatl.
A principios del siglo XX nacería en ese pueblo Doña Ma. Matilde Elvira Romero y Valverde, hija mayor de un acaudalado terrateniente de origen indígena y mi abuela materna.
En aquellos tiempos San Pedro era un pueblo de empinadas calles de tierra, casas de piedra volcánica y techumbres de teja, corrales, nopaleras, magueyes y extensos sembradíos de maíz y frijol de temporal. Carecía de agua entubada, arroyos o manantiales, de manera que se construían enormes pilas circulares para almacenar el agua de la lluvia. Tampoco existía la energía eléctrica, la gente se alumbraba con velas de sebo o con lámparas de petróleo. Se cocinaba sobre comales sostenidos por tres o cuatro piedras, y las cocinas y el pueblo entero olían a humo, a ocote y a tortillas recién hechas.
La época de secas era triste y dura de aguantar, el agua de las pilas se terminaba y la gente tenía que recolectar el rocío que se quedaba en las pencas de los magueyes antes de que el sol las evaporara, también se traía el agua en burros y mulas de un poblado cercano de nombre San Gregorio Atlapulco. El maíz y los frijoles iban mermando, la pastura para las bestias se acababa y el frío secaba poco a poco hasta la última hoja verde, Los niños andaban con las mejillas cuarteadas por el frío, las gallinas se cobijaban bajo alguna higuera, los perros se hacían bola unos contra otros y las personas dormían bajo una misma cobija exhalando blancas nubecitas de vaho, hasta que el sol salía.
Por eso al llegar la estación de las lluvias todo era una fiesta, los campos se llenaban de múltiples tonos verdes. Nacían por doquier florecitas silvestres, floreaban los malvones, las gardenias, los lirios y agapandos. Se llenaban de azahares los naranjos, los limoneros y las limas  y estallaban en flores rosadas los durazneros y los manzanos.
Las golondrinas regresaban describiendo enormes círculos contra el cielo azul, las cocinas aromaban con la preparación del chilatole,  chilatl, caldo de res, pipián, tamales de frijol, sopa de habas, pápalo, acociles traídos de Xochimilco, verdolagas y muchos platillos más que abrían el apetito de chicos y grandes.
 En junio todos se despertaban con el olor a tierra mojada y las campanas de la iglesia llamando a misa. Era la fiesta del Señor de las Misericordias, un cristo que según cuentan, habían  traído unos fieles cruzando los cerros desde un poblado en el estado de Morelos, con la intención de llevarlo a la ciudad de México a reparar, pues estaba muy dañado de sus dedos. Dicen que ésos hombres y el cristo pernoctaron en San Pedro para descansar y que al siguiente día por más que quisieron no pudieron levantar el cristo. Muchos  hombres se sumaron a la tarea para tratar de levantarlo, pero les fue imposible moverlo, así que con tristeza declararon que el Señor de las Misericordias quería quedarse en San Pedro, donde se le acogió amorosamente en una pequeña capilla del siglo XVI de nombre Yencuitlalpan.
El 3 de junio de 1935, mi padre contaba con 10 años y su  hermano con 8. Se estaban celebrando las fiestas del Señor de las Misericordia en la capilla Yencuitlalpan, en la parte más baja del pueblo, en una pequeña explanada llena de tejocotes y sauces llorones y los niños quisieron ir a la fiesta a subirse en los caballitos y jugar a la lotería en la feria que se ponía año con año. Mi abuela era una mujer seca y no le gustaba asistir a fiestas ni ferias de manera que  envió a ambos niños con una muchacha que le ayudaba de nombre Lorenza. Era el día siguiente de la fiesta grande, lunes, y aún era temprano, serían las 3 de la tarde, así que no había mucha gente.
Mas sucedió que Lorenza se encontró a una amiga y se puso a platicar con ella largamente, mientras  tenía a los niños sujetos uno en cada mano. Pasaba el tiempo y ella no los dejaba ir a los juegos ni dejaba su plática, así que por detrás de ella se pusieron de acuerdo para hacer la travesura de escaparse, y a la cuenta de tres dieron un tirón cada uno para su lado, zafándose de su mano y corriendo a toda prisa de regreso a su casa con la pobre Lorenza pisándoles los talones, asustada porque mi abuela pudiera regañarla al ver llegar a los niños solos.
 No bien habían llegado a la casa, se soltó una terrible tromba, El agua bajó a raudales por las laderas de los cerros, a tal velocidad que no dio  tiempo de nada, arrastrando en su corriente piedras, lodo, animales y desembocando impetuosa e inesperadamente en la placita de Yencuitlalpan donde sorprendió a los asistentes a la feria.
El agua se estancó por unos momentos, inundando la capilla hasta más de dos metros de altura y luego barrió de la explanada, feria, vendedores, hombres, mujeres y niños. Después el agua, incontenible, tomó cuesta abajo hacia el pueblo de San Gregorio Atlapulco. Todo fue arrastrado por la Barranca de Texcoli. Los cuerpos de muchas de las víctimas fueron recuperados en San Gregorio, varios kilómetros más abajo. Más de 300 personas perdieron la vida. El sacerdote de la parroquia salvó la vida de milagro, al igual que una pequeña niña que se refugió en el altar de la parroquia. Era un pueblo de temporal, nadie que estuviera presente sabía nadar ni hubiera podido oponerle resistencia a aquel torrente de agua que sobre el terreno cerril se convirtió en una avalancha de agua y lodo, familias enteras perdieron la vida ese triste día.
El presidente de México en ése momento, Sr. Lázaro Cárdenas dio órdenes de que se auxiliara a los pobladores de San Pedro y San Gregorio. Por la ruta de Tláhuac y Mixquic llegaron en camiones de redilas cientos de ataúdes para apoyar a los muchos deudos, gente sumamente pobre que ese día disfrutaba de un rato de esparcimiento o se ganaba la vida vendiendo alguna golosina.
En el  atrio de la Parroquia de San Pedro se encontraba el panteón del pueblo, tal como se acostumbraba en esas épocas, panteón que tristemente se llenó de nuevas sepulturas en unos pocos días por causa de esta terrible tragedia, hasta hace poco era posible ver grupos de lápidas que iban decreciendo en tamaño y en las que se encontraban abuelos, padres e hijos.  
El tiempo ha pasado y hoy el pueblo es la sede de la famosa Feria del Mole, cada año recibe miles de visitantes con entusiasta apetito, las calles están empedradas, las casas de piedra y teja remozadas dan al pueblo un aire pintoresco y de aquella tragedia solo quedan algunas fotografías borrosas color sepia, una marca que el tiempo y las capas de pintura no han podido borrar sobre el muro de la capilla, que marca el nivel al cual llegó el agua ese aciago día y el recuerdo en la memoria de los que eran niños y sobrevivieron, tal como lo hizo mi padre, que salvó la vida por una ocurrente y providencial travesura de niños. 

Publicado en Diario de Colima Suplemento Ágora el día  06 de julio de 2011