sábado, 18 de junio de 2011

El Pequeño Pablo y Pathé

EL PEQUEÑO PABLO Y PATHÉ

El pequeño Pablo solía ir a casa del pintor. El pintor era su amigo grande. A nadie le extrañaba, porque Pablo era un niño muy curioso.
¡Como le gustaba ir al estudio del pintor! Oler los aromas del lugar, las pinturas de  óleo y los aceites, y mirar los tubos de colores increíbles y los mil matices más que su amigo inventaba sobre la paleta.
A veces el pintor no tenía humor para hablar, Pablo era muy preguntón, pero ellos se entendían bien, y cuando el pintor no tenía ganas de hablar, Pablo curioseaba por el estudio, caminaba en círculos o miraba por el ventanal del estudio, pero no se aburría nunca, le parecía que estaba en un lugar especial, las horas se le iban sin sentir, hasta que alguien de su casa lo venía a buscar.
En el estudio Pablo descubría otro mundo, muy distinto a los mundos de los demás niños, a veces no entendía bien, pero otras todo era tan claro que se sentía grande.
Cuando su amigo estaba de mejor humor y le hablaba. Le platicaba muchas cosas. Le relataba viajes. Le contaba de personas que él no conocía, pero que le parecían fascinantes, de una manera que casi cobraban vida  y podía verlas caminando por el estudio. Le enseñaba de los colores y las sombras, y otras cosas que lo maravillaban.
Uno de ésos días, mientras su amigo pintaba y él miraba por el ventanal, vio pasar por la calle un gato negro, sin prisas, con su ondulante andar, la cola en alto, todo elegancia y  altivez y lo llamó:
-¡mira, mira un gato!-
El pintor dejó la paleta y el pincel y fue a parase junto a Pablo, se quedó un rato mirando en silencio, con una sonrisa triste en su mirar.
Entonces se volvió a pintar
-¿Sabes Pablo? Yo tuve una gata una vez, no era mía en realidad, sino de mi abuela, se llamaba Pathé y era de tres colores, amarillo, negro y blanco, era una gata muy grande y muy hermosa, con el pelo esponjado -
-¿Y qué le  pasó?-
-Yo vivía con mi mamá, en otra colonia. Y cuando íbamos a ver  a mi abuela me emocionaba el pensar que iba a ver a Pathé.  Tenía más o menos tu edad. Pathé y yo nos queríamos de una manera especial. Yo la quería como quieren los niños a los gatos a ésa edad. Antes de que nos metan la idea absurda de que “solo son  animales”. Yo le contaba a Pathé  mis cosas de  la escuela. A veces la trataba de pintar, era una modelo muy paciente. A Pathé le contaba lo que a nadie más le hubiera contado. Que me sentía solo muchas tardes porque mamá trabajaba. Que extrañaba a mi papá. Que algunos niños me molestaban en la escuela. Todo eso y aun más.
Y Pathé me quería, con un amor muy gatuno. Se dejaba cargar. Me tenía paciencia. Me escuchaba. A veces hasta me contestaba con sus maullidos. Sus ojos amarillos me miraban sin cesar. Me gustaba acariciarla y frotar su largo pelaje y a ella le gustaba frotarse contra mis piernas, meterse entre mis brazos, subirse a mi regazo.
Por ésa época me empecé a enfermar cada vez que íbamos a  casa de la abuela. Me daba tos, me escurría la nariz, y me salían granos. No sabían que tenía. A mi no me importaba porque se me pasaba pronto y no dolía.
Pero a mi Mamá le dio por abrigarme. Luego me ponía un pañuelo en la cabeza para ir a casa de la abuela. Me chocaba, no quería que nadie me mirara así, ¿te imaginas? parecía una viejita que va a misa ¡una viejita enana además!-
Pablo se rió cubriéndose la boca con las dos manos al imaginarse a su amigo caminando como viejita.
-Después mi mamá me llevó al doctor. Él dijo que era alergia y me prohibieron salir a jugar, por el polvo. Me prohibieron ir al parque,  por la tierra. Me prohibieron estar con Pathé… eso fue lo peor sin duda alguna. Pero de todos modos Pathé y yo encontrábamos el modo de pasarla juntos. Cuando íbamos con la abuela echaban a Pathé al corredor con todo y su cojín. Yo hacía como que no me importaba, pero me iba a otro cuarto y abría la ventana. Pathé estaba allí esperando y entonces nos dábamos gusto, yo hablando y frotándola y ella disfrutándolo. Después me ponía mal y mi mamá no sabía porque.-
Pablo sonreía y el pintor hizo una larga pausa.
-¿Y luego?- preguntó Pablo, esperando saber más de Pathé.
-Mi mamá se quedó sin trabajo, y decidió que nos fuéramos a vivir con la abuela. Yo estaba feliz. Pathé y yo nos daríamos las grandes divertidas. El día de la mudanza, llegué saltando a casa de la abuela, me hice tonto un rato para despistar, pero después fui a buscar a Pathé. La busqué por todas partes pero no la encontré. No me atrevía a preguntar. Pathé no llegó en todo el día, ni esa la noche, ni el día siguiente. Al tercer día me atreví a preguntar- Abuela ¿Y Pathé?- ay hijo, no sé, por allí ha de andar-. Pero no. Pathé no volvió. La esperé muchos días, mucho tiempo. A veces lloraba pensando en ella.-
Pablo escuchaba sin moverse, la voz de su amigo estaba llena de emoción, la mano recorría con el pincel  un lienzo nuevo.
-Y ¿no regresó?- preguntó Pablo.
-No. Pasado el tiempo, cuando mi madre me creyó mayor y por alguna razón recordamos a Pathé, ella me dijo que  en realidad habían tenido que dormirla. Por mi bien. Por mi alergia. Yo sentí que algo quemaba en mi corazón lo que de niño le quedaba. Me sentí traicionado y también culpable de la muerte de mi querida amiga.
No dije nada, pero a solas ésa noche lloré largamente por Pathé.
Después de eso nunca tuve gatos de nuevo. Y aun me causan alergia, me pongo mal, me cuesta respirar, es por el pelo ¿sabes?
Mucho después, cuando  mi abuela enfermó fui a verla y nos pusimos a charlar. Nos acordamos de Pathé. Le dije a mi abuela que me sentía culpable porque por mi habían tenido que matar a su gata, que tanto quería. Entonces ella me dijo algo que me alivio el corazón.  Dijo que Pathé no sufría más y que ella creía que ahora Pathé estaba en un campo de estrellas, donde algún día nos veríamos los tres, y aunque ya era grande, algo creí de ésa idea de la abuela. Y aún creo que así será.-
Pablo escuchaba. Unas lágrimas tiernas corrían por sus mejillas.
-Solo que a veces Pablo, me dan ganas de volverla a acariciar y de que ella se frote en mí-
Apartándose del lienzo, el pintor dejó que Pablo viera lo que estaba pintado en él.
-¡Mira Pablo! Así era Pathé-
Entre sus lágrimas Pablo pudo ver una hermosa gata tricolor en el lienzo, los ojos amarillos y brillantes parecían mirarlo, las patitas redondas, las orejas paradas, como si aun escuchara las infantiles confidencias, Pablo la miró con cariño. Pathé, la gatita de su amigo.
-…a veces me dan tantas ganas de volver a acariciarla….-
Repitió el pintor de manera pensativa.  Entonces su mano fina y temblorosa se posó en la pintura. Con suavidad corrió los dedos desde la cabeza a la cola de la imagen. El óleo fresco se corrió sobre el lienzo dejando una línea confusa. Entonces, riendo, el pintor la pasó otra vez y otra vez y otra vez.
-¡Anda Pablo! ¿No quieres frotar a Pathé? ¡A ella le gusta!-
Pablo con los ojos aún húmedos, pero contagiado de la alegría de su amigo se le unió entusiasmado. La mano grande y la pequeña llenas de pintura por el lienzo. Acariciando  a Pathé una y otra vez.
Hasta que sobre el lienzo solo quedó una enorme mancha difícil de descifrar, y Pablo y su amigo reían sin parar.
Entonces Pablo le pidió al pintor, algo que nunca antes había pedido
-¿puedo quedarme con la pintura?
El pintor extrañado contempló el lienzo un instante. Lo desmontó del caballete y sonriendo lo puso en las manos del pequeño. Que  alborozado corrió a casa.
En casa de Pablo todos miraron el cuadro con extrañeza.
¿Un gato, decía Pablo?
-¡Allí no hay ningún gato!-
Pero Pablo sabía. Él sabía que allí estaba. Allí estaba muy contenta y muy frotada la pequeña Pathé.

Publicado en el Suplemento Diario Mujer del Diario de Colima los días 5 y 12 de enero

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